miércoles, 7 de septiembre de 2011

Anoche creí ver la luna colgando en tu tejado, pero resultaste ser tú maullando entre los gatos tu triste canción felina. Mientras las hebras de plata de tu pelo me deslumbraban pensé que sería maravilloso quedarse así, contemplándote, salvaje y delicada, por el resto de lunas que me pudieran quedar. Creí ver que me mirabas, desde tu altar de tejas rojas, y le sonreías a este pobre infeliz, pero quizá me equivoqué y sólo fue el reflejo de mi anhelo sobre tu blanca piel impasible. Por qué ibas tú a inquietarte por alguien a quien no ves, dulce diosa despiadada. Por qué ibas a mirar hacia abajo si las estrellas brillan encima de tu cabeza.
Y sentado entre las sombras donde no llegan tus rayos, encandilado con tu lastimosa melodía, pensé que no se estaba tan mal, a varios metros de tus pies, siempre que me prometieran que cuando alzara la vista ibas a estar allí, arañando la noche con tus garras de porcelana, desafiando a esa luna, que no es más que el espejo de tus rizos, a que deje de ocultar su cara y te pida perdón por querer refulgir en tu mismo cielo.
Y supe que no podría ser tan malo esperar eternamente a que me atravesaras con tus ojos de zafiro, mientras los gatos hacían los coros a tu risa y el mundo se paraba para contemplarla.
Y así, una noche más, te sueño bajo tu tejado, por si hoy quisieras bajar.

2 comentarios: